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A CINCO AÑOS DE LOS DOS SIGLOS

A CINCO AÑOS DE LOS DOS SIGLOS

Por Javier Cano - Abril 13, 2024
Compartir en X @JavierC91311858

El viejo cementerio de San Eufrasio de la capital jiennense cumple este 2024 sus primeros 195 años, pleno de monumentales e históricas sepulturas y con la amenaza de una ruina definitiva

Nació ungido de novedad allá por 1829; abrió sus puertas muchas veces a varias generaciones de jiennenses cuyos restos mortales todavía reposan tras sus lápidas pero, desde hace la tira de años, arrastra una decadencia insoportable que lo ha puesto a las puertas de la ruina y hasta le tiene ya destinado el más terrible de los epitafios: el olvido, eso tan largo de lo que escribió Neruda. 

Sí, el viejo camposanto jaenés de San Eufrasio se muere a chorros, él que tanto hueso alberga no se tiene en pie a fuerza de abandono: si no se cae más es porque ya no tiene ni donde caerse muerto. 

Se parece tanto al cementerio que pintó Friedrich solo cuatro años antes, que pudiera parecer que el gran prerromántico germano se hubiese hecho los dos mil y pico kilómetros que separan el Santo Reino de su ciudad natal únicamente para anticipar sobre lienzo lo que acabaría siendo aquel recinto funerario jaenero cuyos huéspedes, si levantaran la cabeza, se volverían a la tumba autoevitándose el mal rato que procura una visita a su última morada: "¡Qué yuyu!", exclamaría más de un cadáver con su idioma vencido, en su lengua muerta. 

"Si querés conocer la historia de un pueblo, andá al cementerio", dicen que dijo alguien una vez. Si lo hizo nada más salir de la ciudad de los muertos del camino de las Cruces en las décadas más recientes, seguro que tomó enseguida el Paseo de la Estación en busca de otras geografías más delicadas a la hora de mantener viva la memoria de sus difuntos y de procurarles un patio de excelencia con vistas a la eternidad. 

 Entrada al cementerio de San Eufrasio.
Entrada al cementerio de San Eufrasio.

Desde Martínez Molina hasta Bernabé Soriano, pasando por Petrolo y Manolito Ruiz sin olvidar a José Nogué o Rafael Porlán... Despojos ilustres, o las ruinas de los hombres de las que escribió el conde de Lautréamont.

A cientos se cuentan los nombres propios que pueblan los mármoles de esta auténtica enciclopedia de jaenerismo que es la necrópolis frontera a la ermita del Calvario (a la que hasta no hace muchos años le titilaba una luz de cera roja que llegaba hasta los barrios altos de Jaén como la palabra de un faro).  

"Un auténtico archivo local (lo definió el recordado cronista Manuel López Pérez en sus Cartas a don Rafael), sólo que en lugar de estanterías hay hiladas de nichos ofreciendo la poesía suprema y enorme del misterio. Y en lugar de documentos hay viejas lápidas rubricadas por el musgo y el verdín".

Pero ni eso, ni su condición de Bien de Interés Cultural ni los valores arquitectónicos, artísticos y sentimentales de tanto bloque de nichos y tanto panteón erguido o cavado en la tierra han podido con la incuria que, junto con la cerrazón de sus puertas, hacen poco recomendable, a día de hoy, aventurarse en el edén de descuido que es, a estas alturas, el venerable cementerio viejo, esa "gran botica fracasada" como lo llamaría (príncipe del más colorido humor negro) don Ramón Gómez de la Serna. 

Almendros Aguilar, Montero Moya, Moreno Castelló, Bernardo López, Serrano Cuesta, Ruiz Romero, José María Tamayo, Fermín Palma, Gutiérrez Higueras, Salvador Vicente de la Torre, Cándido Nogales, José Azpitarte, Cándido Carpio o Roldán y Marín son solo algunos de los insignes personajes cuyos nombres y apellidos copan los rótulos de las vías urbanas de la capital. 

A ellos, aunque sin calle con su nombre, se les suman los Pez, José Antonio de Bonilla, José Gómez Soriano, los Ayala, Inocente Fe, Rafael Palomino, Giménez de la Linde, los Balguerías...

Y un montón de gentes más que conforman la más jaenerísima posible de las rutas para curiosos y enamorados de lo que Almendros Soto llamaba "la historia pequeña de lo nuestro".

Entre todos ellos, el cuerpo reventado de Rafaelito Monereo, el nene que mientras veía la procesión del Corpus de 1877 vio cómo se le venía encima el balcón de la noble casona de los Messía mientras la marquesa de Blanco Hermoso corría mejor suerte y, una vez recuperada, pagaba su buena fortuna con una cruz de palo santo para El Abuelo.

O José Peláez, porcunense él de cuna, quien a sus catorce años y al paso de la comitiva del Santo Sepulcro de 1951 por la calle Campanas, pagó con la muerte sus ansias de disfrutar de la mejor tribuna posible: las rejas de la lonja norte de la Catedral (lo que antaño llamaban aquí el San Sebastián de los pobres).

 El poeta de la Generación del 27 Rafael Porlán, que murió en el sanatorio del Neveral, está enterrado en San Eufrasio. Foto: Archivo de Javier Cano.
El poeta de la Generación del 27 Rafael Porlán, que murió en el sanatorio del Neveral, está enterrado en San Eufrasio. Foto: Archivo de Javier Cano.

No le falta memoria histórica, constelado como está de fosas firmadas por una Guerra Civil que, además, se hace presente en multitud de lápidas, muchas de ellas de criaturas por debajo de la treintena que, desde un bando u otro, acabaron militando en las filas de la Parca. Reza un dicho que los cementerios están llenos de valientes. 

Hablando del 36, Alberti escribió un libro en el que recordaba, por la señal que dejaron en sus paredes, los cuadros del Museo del Prado que tuvieron que salir de sus nobles salas para no perecer bajo las bombas.

Algo así como los nichos abiertos (y hasta las tumbas selladas) donde descansaron quienes, ahora, lo hacen en otra tierra, hechos ya al tacto de sus propias cenizas: el humanísimo Arregui, el periodista García Requena, el alcalde Alberto Cancio Uribe, Tomás Cobo Renedo (que sirvió de modelo para la talla del Cirineo de El Abuelo), doña Lola Torres... 

Hasta un patio de ahorcados, trágica reminiscencia de otros tiempos en los que eso de atentar contra uno mismo se pagaba hasta después de irse: con sepultura en los márgenes, fuera de sagrado, esa costumbre tan decimonónica. 

¿Quién no tiene un ser querido en el cementerio viejo? Mejor aún: ¿quién se sentirá querido en el cementerio viejo? Seguro que ni en la peor de sus pesadillas quienes mueren dentro de él llegaron a imaginarse que, andando los años, sus túmulos serían pasto de la desmemoria, escombro puro. Si eso es querer, que baje Dios y lo vea.  

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