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Atrapados entre dos mundos: inmigración y Educación Permanente

Atrapados entre dos mundos: inmigración y Educación Permanente
Foto: Pixabay.

He intentado comenzar este artículo de una multitud de maneras diferentes y todas ellas, una y otra vez, me llevan de vuelta a un mismo lugar. Un lugar rosaliano, ambientado en un entorno carente de optimismo, ornado como un espacio lúgubre y caracterizado por una profunda atonía. Sin embargo, a pesar de que lo único que ronda mi cabeza en estos momentos es esa negra sombra que, de cuando en vez, consigue asombrarme, soy consciente de que siempre existe espacio para eso que Lorca definía como claveles atados con rayos de sol.

Rayos de sol, pero sobre todo de luz, que sean capaces de alumbrar el camino a todos esos discentes extranjeros que llegan, como soldados heridos y bregados en mil batallas, a los Centros de Adultos y de Educación Permanente de Andalucía. Y es que, cada vez, es más usual recibir alumnos llegados del continente africano, pero también de aquel otro, al que masivamente gallegos, canarios y andaluces, solían emigrar.

Jóvenes protagonistas de una historia que converge en un único objetivo, la búsqueda constante de su particular dorado. La persecución de un sueño, de una realidad que es más bien ficticia, y que, por desgracia, en la mayoría de las ocasiones no existe. No contamos en Europa con un Potosí o con un Edén, como el de Zacatecas. Aunque, evidentemente, cuando lo único que has visto brillar a lo largo de tu vida son los rayos del sol, cualquier cosa, parece suficiente.

Los procesos migratorios son imparables, siempre han existido y forman parte de ese proceso natural que atraviesa el ser humano durante su estancia en el mundo. Vamos allí donde creemos que hay oportunidades. Donde entendemos que es posible mejorar nuestras vidas y garantizar con ello una existencia medianamente estable. Nuestro país, ha pasado de ser un emisor de personas a lo largo siglo XX a convertirse en un receptor, a lo largo de la presente centena. Contamos, por lo tanto, con una tradición histórica vinculada a estos movimientos. Una tradición que nos ha permitido utilizar la búsqueda de las oportunidades como una herramienta, como una fórmula mágica o un remedio de druida que nos ha ayudado en varias etapas convalecientes de nuestra historia a combatir patologías como la necesidad, la pobreza o la miseria.

Y es que, las prácticas migratorias, mejoraron con creces nuestra situación económica y social a lo largo del siglo pasado. Aligeraron la carga demográfica de una España que no estaba suficientemente desarrollada y contribuyeron, en la medida de lo posible, en la llegada de un necesario capital que fue indispensable para la mejora de las situaciones vitales de muchos de nuestros más veteranos conciudadanos. Contribuyó, además, de una forma notoria, en el proceso de desarrollo político de un país que, de una forma cada vez más recurrente, suspiraba por unos vientos de libertad que tan sólo emanaban de las occidentales democracias liberales.

Vientos por los que, hoy en día, suspiran la gran mayoría de discentes extranjeros matriculados en los centros de educación para personas adultas. Alumnos que comienzan sus nuevas vidas cien metros por detrás de la casilla de salida. Cansados ya, tras vivir una verdadera odisea atravesando cálidos páramos inundados de arena y bravos mares con fuertes corrientes para llegar hasta aquí, cien metros por detrás del resto.

Comprender esta realidad y entender que lo que están llevando a cabo es una maratón, es la clave de bóveda que ha de permitirnos poner en marcha una serie de medidas y de herramientas que puedan garantizar un necesario, pero sobre todo eficiente, proceso de inclusión. Procesos que, hoy en día, no están funcionando como deberían. No alcanzan los objetivos deseados, y, además, sumergen al nuevo ciudadano en una maraña burocrática de leyes, funcionarios, administraciones e instituciones. Un laberinto tan complejo y tan poco pragmático, que ni el propio Dédalo, habría podido abandonar.

La función de las instituciones de acogida no puede ser la de complicar más las cosas, sino la de simplificarlas. La de apoyar y ayudar, ofreciendo los servicios pertinentes al ciudadano, cooperando en la búsqueda de la solución a sus problemas.

Es en este ámbito, donde la Educación Permanente puede ejercer un papel diferencial. Una nueva misión que tenga como principal objetivo, el de garantizar la eficiencia de los procesos de inclusión y de adquisición de las competencias que nuestra sociedad demanda. No podemos crear individuos que rechacen el sistema, hemos de crear adeptos al sistema. Y para ello, entiendo que es necesario apostar por una única institución, una nueva realidad educativa para adultos, que integre funcionarios de inmigración, educación y justicia. Una institución educativa híbrida, que parta del análisis pedagógico y socioeconómico para definir los cauces de inclusión que ha de seguir cada uno de los individuos que a él llega. Una institución que ofrezca una Educación Primaria para Personas Adultas regulada y obligatoria, antes de llegar a la Educación Secundaria y que cuente con las herramientas necesarias para proveer a este alumnado de la formación oficial en Lengua Española para Extranjeros (DELE). Un lugar interdisciplinar, vivo, donde exista la posibilidad de cursar estudios oficiales que promuevan la alfabetización, los saberes básicos y la adquisición de las competencias necesarias para ejercer una profesión reglada. Un centro de centros, un espacio integrado por profesionales de diversos ámbitos que tenga como principal objetivo centralizar y coordinar todas las acciones necesarias en los procesos de inclusión social de los inmigrantes.

Nos guste o no, la realidad es tozuda, y es el momento de ser pragmáticos. Existe un verdadero problema que es necesario atajar. El fracaso de los procesos de inclusión sólo beneficia a ciertos grupos que nada tienen de legales y no contribuye, de ninguna forma, a nuestro desarrollo social. Necesitamos personas que amen a nuestro país, que aporten a nuestra economía, que nos ayuden a mejorar nuestro sistema y que mejoren nuestra convivencia. Es hora, por lo tanto, de compartir las diferencias, de aceptar la diversidad, de ser inclusivos y de evitar, desde la Educación Permanente, que existan ciudadanos atrapados entre dos mundos. Ciudadanos que no son de aquí, pero tampoco de allí.

Gerardo López Vázquez
En X @xerardolpez
Profesor de Educación Permanente

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